domingo, 5 de agosto de 2018

ORGANIZACIÓN DE LAS MISIONES JESUÍTICAS EN AMÉRICA

Misiones Jesuiticas en America
La Corona española consideró suficiente el número de misioneros que trabajaban en América, por eso retardó la autorización a los jesuitas, que no ingresaron sino hasta la segunda mitad del siglo XVI. Se destacaron, en las ciudades pobladas por españoles, a causa de la fundación de colegios y universidades y, en las zonas selváticas y apartadas, por la evangelización de los indios.
Según los reglamentos de la Compañía de Jesús, el general de la orden nombraba a los provinciales, cuya función era organizar y dirigir las tareas misionales y controlar el desempeño de los miembros de la orden en sus respectivas provincias.
 La labor evangelizadora de los jesuitas en América se extendió desde 1585 hasta su expulsión en 1767 y su actuación en el escenario rioplatense se extendió geográficamente desde el Pilcomayo hasta Tierra del Fuego y desde el estuario del Río de la Plata hasta la cordillera de los Andes.
Los jesuitas fueron, por lo general, hombres de más que mediana cultura y provenientes de diversas regiones de Europa: españoles, italianos, alemanes, franceses, ingleses y hasta griegos, todos ellos enriquecieron y aportaron a la civilización de acuerdo con su país de origen e incorporaron la tecnología de su tiempo a la agricultura y a la medicina, entre otras cosas.
Los jesuítas en el Río de la Plata: Los primeros misioneros llegaron al Tucumán en 1585 procedentes del Perú; dos años después arribó un grupo procedente del Brasil. Los dos grupos fueron pedidos por el obispo de Tucumán, 
En 1609 se inició la fundación de reducciones jesuíticas. Los intentos realizados en el Chaco entre los guaycurúes fracasaron porque no practicaban la agricultura. En cambio, entre los guaraníes que sí la conocían, los jesuitas pudieron organizar sus poblaciones. La primera fue San Ignacio Guazú, a fines de 1609, a la que siguieron Encarnación de Itapúa, Concepción, San Nicolás, San Javier y Yapeyú. Más al norte, en el Guayrá, se fundaron otros pueblos gracias al esfuerzo del Padre Antonio Ruiz de Montoya, pero fueron atacados por los paulistas, que destruyeron varios y llevaron cautivos a muchos indios. Esta situación obligó a trasladar las reducciones más al sur.
Organización de las misiones:
El trazado de los pueblos era similar entre sí: una plaza en el centro, a un lado la iglesia la casa de los sacerdotes, escuelas, talleres, depósitos, las casas de las viudas y huérfanos y, en los demás lados, las casas de los indígenas, de ladrillo o piedra, con techo de dos aguas que cubría las aceras.
El gobierno de cada reducción estaba a cargo de un corregidor indio, nombrado por el gobernador después de consultar a los misioneros, y un cabildo, formado de la misma manera que los de las ciudades españolas y compuesto también por indígenas. Estas autoridades no podían aplicar castigos sin consultar a los padres jesuitas. Los españoles no tenían ninguna participación en dicho gobierno; se trataba de evitar con esta medida los abusos que frecuentemente se cometían. Les estaba prohibido residir en las reducciones, pero podían ser alojados si estaban de paso. La justicia era ejercida por los misioneros que aplicaban, por lo general, castigos de azotes.
Los dos sacerdotes que estaban al frente de cada pueblo se encargaban del gobierno espiritual y la organización de la vida indígena. Las tareas diarias comenzaban y terminaban con oraciones y cantos. La base de la instrucción fue el catecismo. Las fiestas religiosas eran celebradas con particular entusiasmo y realce.
Economía:Los jesuitas no cambiaron radicalmente los usos indígenas, sino que los canalizaron para darles un nuevo sentido. Reconocieron la importancia de los caciques, a los que dieron una situación de privilegio entre los suyos. Reunieron varios cacicazgos en un solo pueblo y fomentaron la antigua solidaridad tribal con el nuevo impulso religioso. Dicha solidaridad se manifestó en todos los aspectos de la vida, tanto en la organización interna como en la defensa contra sus enemigos: los encomenderos y los mamelucos paulistas.
La tutela ejercida por los jesuitas sobre sus gobernados tenía como finalidad que los indios aprendieran a hacer correcto uso de su libertad y de sus bienes. En la organización económica, coexistía el sistema mixto de propiedad privada y propiedad común .
Para proveer al sustento de cada familia se le daba en propiedad una parcela de tierra, los instrumentos de labranza, las herramientas para artesanías y las armas para cazar y pescar. La cosecha, de la cual los indios eran totalmente dueños, se guardaba en graneros y les era suministrada periódicamente para evitar que la malgastaran. En la propiedad común los indios tenían obligación de trabajarla dos o tres días por semana. Con el producto obtenido pagaban el tributo al rey, compraban las herramientas y materiales necesarios, mantenían a viudas, huérfanos y enfermos, construían iglesias y talleres y atendían a las comunicaciones y la defensa.
La ganadería, dirigida por los misioneros, servía para alimento, transporte y vestimenta. La lana era repartida y tejida por las nativas; los bueyes eran prestados a las familias para que los campos fueran arados. Realizaban el comercio por trueque entre los diversos pueblos y con los colegios jesuitas de Asunción, Santa Fe y Buenos Aires; en estos últimos las transacciones eran supervisadas por un procurador.
Los niños aprendían, junto con la doctrina, letras y ciencias. A los hijos de caciques y principales les enseñaban la lengua española y el latín; además, se los preparaba para os puestos dirigentes. (ver Historia de la Educación en Argentina)
Los padres jesuitas enseñaban música y artes plásticas; los indígenas elegían oficio según sus aptitudes. Fueron hábiles escultores y pintores; hicieron todo tipo de tallas religiosas; muebles y puertas que aún se conservan. Fabricaron instrumentos musicales, aparatos y relojes; trabajaron los metales y el hierro forjado; hicieron adornos y objetos de plata. Su obra más destacada fue la impresión de libros en sus propias imprentas a partir de 1700, mucho antes que en las ciudades españolas del Río de la Plata. El primer libro publicado fue Martirologio romano; también se imprimieron catecismos, tablas astronómicas, calendarios y obras religiosas.
ara pagar los tributos de los indios y las necesidades generales del pueblo, el recurso principal era la explotación de la yerba mate. Acabado el tiempo de las sementeras, cada cura mandaba indios a la faena de la yerba, con provisión bastante de charque y maíz. Iban en balsas hechas con dos canoas amarradas. Cada uno debía traer su cosecha en dos sacos, hechos con sendos cueros vacunos, y se le pagaba en especies, según el peso. Otro recurso provechoso era el lienzo de algodón. Dos veces por semana las mujeres recibían del alcalde media libra de algodón y lo devolvían hilado en un ovillo que, eliminada la semilla, debía pesar dos tercios menos.
Algunos otros pueblos producían tabaco de hoja y azúcar. Anualmente cada pueblo enviaba sus excedentes, en varias balsas, a Santa Fe o Buenos Aires, donde los padres procuradores de la Compañía trocaban aquellos productos por otros que el cura de la misión solicitaba ¡cuchillos, cascabeles, pólvora, escopetas, seda para el atuendo de los cabildantes, hierro, etc.), y se los remitían en arcas bajo llave.
RÉGIMEN DE VIDA
Anualmente los indios recibían un equipo nuevo de ropa. Sus vestidos eran de algodón, de color pardo, y consistían en una larga camisa, calzoncillos, ceñidor, escapulario y poncho (Stroebel, 1729). Iban descalzos y con el cabello corto. Las mujeres usaban un largo ropón que les llegaba a los pies, llamado “tipoy”.
Cuenta Peramás (1768) que cada día, luego que salían de misa, se les repartía la ración alimenticia a cada familia, y después cada uno iba a su trabajo, en procesión, con cánticos y músicas; “de manera que, el día de fiesta y de trabajo, no teñían ni una hora que no estuviese arreglada a alguna distribución, y todos, pequeños y grandes, trabajaban según su estado, edad, sexo y oficio”.
Si iban “a la yerba”, o de viaje a llevar mercaderías, partían llevando con ellos la imagen de un santo, cantando coplas devotas, y ejecutando marchas, minuetos y fugas a dúo, al son de flautas y tamboriles.
Besaban la mano del cura llamándole “Cherubaí” (Padre mío), y éste los dirigía como a niños infundiéndoles intensa devoción. “Cuando vamos a confesar —cuenta Cardiel— siempre llevamos una cestilla llena de tablillas, con un letrero en cada una, grabado a fuego, que dice Confesó. Ésta se da por un agujero del confesonario a cada uno que recibe la absolución, para que pueda comulgar. Cuando se ponen en el comulgatorio, va el sacristán con un plato recogiendo las tablillas de todos; y al que no la trae le echa de allí”.
Para que no tomaran mal ejemplo de los españoles, no se les permitía a éstos permanecer más de tres días en las misiones, ni a los guaraníes se les enseñaba el idioma castellano (Peramás).
LA EDUCACIÓN DE LOS NIÑOS
En las misiones se tenia especial cuidado en la educación de los niños, desde los siete años. Antes del amanecer salían los alcaldes, acompañados de los tamborileros, a despertar a ¡a población, e iban liando voces: “Hermanos, ¡ya es hora de que os levantéis! ¡Enviad a vuestros hijos e hijas a reverenciar a Dios y al trabajo cotidiano! No seáis flojos ni remisos. ¡Ea! ¡Despertadlos presto y despachadlos…!”
Los niños y las niñas se congregaban “bien apartados unos de otros, y nunca se juntaban en función alguna”, así como hombres y mujeres. Fuera de las prácticas religiosas, unos iban a la escuela de leer y escribir, otros a la de música y danzas; los de más allá como aprendices, n ayudar a los tejedores, pintores, estatuarios y demás oficiales; “y ludo:; los restantes, que son los más, al trabajo del campo; los muchachos por un lado y las muchachas por otro, todos con sus alcaldes con u azote a la cinta para gobernarlos”, acompañados de flautas y tamboriles. En el campo escardillaban la sementera, recogían el algodón y el maiz, rozaban las malezas. “Y aunque trabajan como niños —explica Cardiel—, por ser tantos, hacen lo que muchas hormigas juntas, y son de mucho alivio”.
Llegando a los 17 años —y las niñas a los 15— se estimaba conveniente que se casaran. A veces se celebraban en conjunto numerosos matrimonios, que se festejaban con músicas y danzas de hombres solos.
Material extraído y adaptado de:  https://historiaybiografias.com/jesuitas3/

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