En la sociedad industrial del siglo XIX,
los obreros terminarían por desarrollar una conciencia de clase propia y
surgirían nuevas formas de conflictividad social, desde la destrucción de
máquinas a la creación de asociaciones de trabajadores, participando también en
las luchas políticas. Este nuevo f enómeno social y político es denominado en la Historia como movimiento
obrero.
Orígenes del
movimiento obrero
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Las revoluciones políticas liberales
(por ejemplo la Revolución francesa) abolieron las cargas feudales a las que
estaban sometidos los campesinos y las regulaciones gremiales de los artesanos.
Además, el liberalismo estableció la libre contratación y la prohibición de que
existieran organizaciones que agruparan a los trabajadores. Las contrataciones
y relaciones laborales se debían establecer de forma individual entre el
patrono y el trabajador, según las leyes del mercado de la oferta y la demanda
de trabajo. Como la mano de obra era muy abundante, a causa del éxodo rural de
los campesinos en busca de trabajo en las ciudades y de la salida de los
artesanos de los gremios abolidos, los empresarios hicieron contratos con bajos
salarios. Pero, además la nueva economía industrial se caracterizaba por crisis
periódicas que hacían crecer el desempleo. Así pues, surgieron nuevos y
constantes motivos de conflicto social.
La concentración de un elevado número de trabajadores en las fábricas y en
los barrios obreros facilitó la movilización del proletariado y la creación de
organizaciones para defender sus derechos.
Los obreros comenzaron por destruir
máquinas al considerar que eran las causantes del desempleo pero, muy pronto la
conflictividad social se encaminó hacia la lucha por el reconocimiento del
derecho de asociación, es decir, del derecho a poder crear organizaciones
estables o sindicatos para defender sus derechos. La lucha se orientó,
posteriormente, hacia la mejora de las condiciones laborales: reducción de
jornada de trabajo y aumento de los salarios. Además, los trabajadores
comprendieron que se podían alcanzar sus reivindicaciones si conseguían el
reconocimiento de sus derechos políticos: votar y ser votados y, de ese modo,
poder influir en la legislación y el gobierno.
Ludismo
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Sindicalismo
Las asociaciones de trabajadores se
formaron muy pronto; de hecho, algunas fueron transformaciones de los viejos
gremios a la nueva situación industrial, pero todas las organizaciones estaban
prohibidas, pues se consideraba que iban contra la libertad de empresa y de
contrato. En Inglaterra se dieron las Combination Acts de 1799
y 1800, que prohibían explícitamente las organizaciones de trabajadores. En
Francia se aprobó la famosa Ley Le Chapelier, por el nombre de su
autor, en 1789, y que establecía el fin de los gremios y la libertad de poder
ejercer cualquier trabajo u oficio y la libertad de empresa. También prohibía
que se creasen organizaciones o asociaciones de empresarios, artesanos u obreros.
Así pues, el derecho de asociación y
reunión fue una de las primeras reivindicaciones de los trabajadores,
especialmente, de los británicos. En 1824 se consiguió que se reconociera este
derecho en Gran Bretaña. Al calor de esta ley se formaron las primeras
asociaciones de trabajadores.
Las primeras organizaciones fueron las
Sociedades de Socorro Mutuos, que tenían como objetivo el auxilio de sus
asociados ante los riesgos físicos de enfermedad, accidente o muerte con fondos
que provenían de aportaciones de los asociados. A menudo, contaban, también con
cajas de resistencia para mantener a sus miembros en las épocas de huelga.
Los nuevos sectores laborales comenzaron
a destacar en el asociacionismo obrero. La huelga se convirtió en el principal
instrumento de presión. En Gran Bretaña, los mineros, los trabajadores de las
fundiciones, de las fábricas de máquinas de vapor y de las hilanderías de
algodón organizaron asociaciones estables en la década de los años treinta. En
este sentido, destacó la Asociación de Mineros Británicos que ya en 1844 tenían
unos 60.000 miembros. Esa asociación tenía como objetivos la mejora de las
condiciones laborales –reducción de la jornada de trabajo- y aumento del
salario. Estaban naciendo los sindicatos (trade unions en Gran Bretaña),
como asociaciones de trabajadores en defensa de sus intereses. En principio,
eran de oficios, es decir, que reunían a miembros de una misma profesión pero,
con el tiempo se convirtieron en sindicatos de industria, es decir, que
agrupaban a todos los trabajadores de un sector, con independencia de su
profesión o cualificación. En siguientes etapas esos sindicatos se fueran
uniendo en un nivel local, regional y, por fin nacional. Ya en 1834 existía en
Gran Bretaña la Grand National Consolidated Trades Unions. A
mediados del siglo, agrupaba a unos 600.000 trabajadores.
En el resto de Europa y Estados Unidos,
el proceso de creación de sindicatos fue posterior. Los sindicatos nacionales
aparecen en la segunda mitad del siglo XIX: en Alemania estaría la Asociación
General de Trabajadores Alemanes de 1863, en Estados Unidos se crea en 1886 la
AFL (American Federation of Labour), y en 1895 nace la CGT (Confédération
Générale du Travail) francesa.
A finales del siglo XIX, la fuerza del
sindicalismo es evidente, como lo demuestran su lucha por la jornada de ocho
horas y la celebración reivindicativa en grandes manifestaciones del Primero de
Mayo.
Cartismo
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En el año 1838, la Asociación de
Trabajadores de Londres, dirigida por William Lovett, elaboró la Carta del
Pueblo, en la que se reclamaba el sufragio para todos los varones mayores de
veintiún años, el voto secreto, elecciones parlamentarias anuales, la abolición
de los requisitos de propiedad para ser miembro del Parlamento, la asignación
de un sueldo a los parlamentarios y distritos electorales equitativos.
El cartismo movilizó a la mayoría de los
trabajadores y de las clases populares con un objetivo político claro: la
democratización del estado. La primera petición al Parlamento que se hizo por
el movimiento, se presentó en 1839, respaldada por más de un millón de firmas.
El Parlamento británico rechazó por tres veces las peticiones y el gobierno
reprimió con dureza las huelgas e intentos de insurrección de los sectores más
radicales del cartismo.
El movimiento terminó por debilitarse
sin conseguir sus objetivos, pero, a largo plazo puede considerarse un éxito,
ya que provocó que el estado británico emprendiera un largo proceso de reformas
laborales, como la promulgación de una ley de asociación más favorable y
aplicación de una legislación limitadora de la jornada laboral femenina e
infantil, así como cambios políticos, ya que a lo largo del siglo XIX el
derecho al sufragio se fue ampliando a través reformas electorales periódicas.
Pero la importancia del cartismo reside,
especialmente, en que anticipó las grandes luchas políticas y sociales de los
obreros en las últimas décadas del siglo XIX, cuando se promuevan y funden
partidos políticos socialistas. Además, el cartismo demostró la capacidad de
organización de los obreros en torno a objetivos comunes: la mejora de sus
condiciones a través de la lucha política.
Por Eduardo Montagut
Contreras. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea.